Autor: Vito dell’ Orto
El pasaje del Evangelio de san Juan (5, 1-16) es la historia del hombre paralítico que estaba con otros muchos enfermos junto a la piscina en Jerusalén esperando ser curado. Y, así, cuando «Jesús vio a ese hombre le preguntó: ¿quieres quedar sano?» Su respuesta está preparada: «Claro, Señor estoy aquí para esto. Pero no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua se agita. Mientras estoy llegando al lugar, otro baja antes que yo». La reacción de Jesús es una orden: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y el hombre fue curado. En su forma de hablar hay un tono de lamento: está resignado pero también amargado. Una actitud que hace pensar también en muchos católicos sin entusiasmo y amargados que se repiten a sí mismos. «Yo voy a misa todos los domingos pero es mejor no comprometerse. Yo tengo fe para mi salud, pero no siento la necesidad de darla a otro: cada uno en su casa, tranquilo»: es mejor no implicarse. Jesús primero cura al enfermo y luego lo invita «a no pecar más». Es precisamente este el camino cristiano, la senda del celo apostólico para acercarnos a las numerosas personas heridas en este «hospital de campaña» que es la Iglesia.
Para Francisco
(Evangelio 2016 en el Año de la Misericordia, José A. Martínez Puche, ed. EDIBESA)